9.7.11

poinnnnnnnng

No sabe qué espera. De a ratos cree que sí lo sabe y esos son ratos de tranquilidad. Pero los ratos duran poco. El resto del tiempo (la mayoría del tiempo) es un inmenso manojo de dudas. No sabe qué espera y cree que es porque siente que nada alcanza el umbral de lo trascendente, que nada merece ser esperado. Entonces se encuentra enredada, envuelta, desprolija, desolada, sin azúcar, sin batería, en blanco, gris y negro, sin ella.
Se encuentra hecha un bollo, los dedos entrelazados fuertemente entre sí y en torno a las rodillas flexionadas hasta el tope; la cabeza entre las rodillas y el pecho como si fuera un avestruz del Tatú Carreta; los mechones de pelo que se le pegan a la cara por la plasticola que es ese menjunje de mocos aguados (mocos de llanto) con rimmel, con llanto, con algunos insultos que salen y pegan más pelo, con las pestañas que se van despintando (porque van perdiendo el rimmel) y enredan el pelo entre ellas; los dedos de los pies congelados, que tratan de calentarse entre ellos, sin éxito; la remera llena de miguitas de un alfajor tristemente dietético; los ruidos de la calle que la hacen querer hacerse más y más bollo, desaparecer abrazada a sus rodillas.
Las palabras de siempre ahora se apelotonan en la entrada de su pobre cabeza toda revuelta y la golpean, retumban, organizan toda una orquesta incoherente con bombos que hacen temblar las sienes, violines desafinados, trompetas de papel de diario y ningún director. Quieren entrar todas (algunas lo logran) y ella se hace más bollo, hace más fuerza, se comprime más y más. Siente que los brazos se van a desarticular, que el colapso es inminente. Y, de pronto, es un puntito hecho con una birome en una hoja A4 que alguien acaba de sacar de la resma.
 

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